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miércoles, 20 de julio de 2016

Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días... recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos...

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




LOS HECHOS DEL ESPÍRITU SANTO

HECHOS: EL EVANGELIO SE EXTIENDE

HECHOS: UN LIBRO MUY SINGULAR
El quinto libro del Nuevo Testamento es único en varios sentidos. En primer lugar, es la única «secuela» o «continuación» intencional que encontramos en el canon.

Lucas es el único evangelista que continúa su narración recogiendo la historia de la primera generación de cristianos. Y aunque la escritura de alguna de las epístolas provocó la escritura de una segunda carta, que sepamos, en ningún caso la segunda carta ya estaba en la mente del autor cuando escribió la primera.

Por tanto, no podemos entender de forma completa el libro de los Hechos si primero no tenemos en cuenta el Evangelio de Lucas. Aunque esta afirmación resulta lógica, la cuestión es que esa realidad muchas veces se pierde de vista porque al haberse agrupado los cuatro Evangelios, Juan se ha intercalado entre el primer y el segundo volumen de Lucas.

En segundo lugar, los contenidos de Hechos continúan siendo únicos. Es el único libro que recoge el periodo entre la crucifixión de Jesús (probablemente en el año 30 d.C.) y el final del ministerio de Pablo (o, al menos, cerca del final de su ministerio, en algún momento de los años sesenta).

En muchas ocasiones se ha dicho que el título tradicional de «Los Hechos de los Apóstoles» es engañoso, porque el único de los doce que tiene un papel prominente es Pedro. El personaje humano que más destaca es Pablo, que se veía a sí mismo como un apóstol, pero no uno de los doce.

Aparte de eso, Juan aparece en alguna ocasión y se menciona el nombre de los otros diez; pero el resto de personajes que aparecen en Hechos no son apóstoles. Quizá debería haberse titulado «Los Hechos de Pedro y Pablo», o mejor, «Los Hechos del Espíritu Santo», puesto que Lucas en todo momento deja claro que la obra de la iglesia primitiva está dirigida por el Espíritu Santo.

No obstante, independientemente de la idoneidad del título, se trata de la única obra dentro y fuera del canon de las Escrituras que describe la primera generación de la iglesia. Por tanto, si se habla de la «iglesia del Nuevo Testamento» como modelo para la vida cristiana de cualquier época y lugar, se tendrá que realizar un estudio concienzudo de Hechos.

En tercer lugar, esta obra es única en cuanto a los problemas de aplicación que plantea. A diferencia de las epístolas, ofrece muy pocas enseñanzas «formales». Incluso los cuatro Evangelios, con el énfasis que hacen en la instrucción ética de Jesús, contienen más material explícitamente didáctico que el libro de los Hechos.

La mayor parte del contenido consiste en diversas escenas en las que aparecen los personajes que Lucas ha querido destacar. Los lectores posteriores frecuentemente se hacen preguntas como las siguientes: «¿Cuál es la norma?». «¿Cuáles son los ejemplos que hemos de imitar, y cuáles los que hemos de evitar?». O, «¿Algunos sucesos tan solo están ahí porque ocurrieron y porque luego servirían para explicar el desarrollo de aquella iglesia naciente?».

Un axioma hermenéutico fundamental para responder estas preguntas es distinguir patrones de conducta que se repiten en diferentes contextos a lo largo de todo el libro (y en el resto del Nuevo Testamento también) y patrones que varían de un contexto a otro. Lucas, como narrador, también da pistas indirectas cuando menciona la bendición de Dios como resultado de una actividad concreta, un indicativo más de su naturaleza pedagógica.

Por último, el libro de los Hechos ocupa una posición única en el progreso de la revelación de Dios a la humanidad. La primera generación de cristianos constituyó claramente un periodo de transición entre la era de la ley y la era del evangelio. El día después de Pentecostés, nadie se levantó en Jerusalén anunciando el final del antiguo pacto y el inicio del nuevo.

Los seguidores de Jesús se dieron cuenta del significado y las implicaciones de su vida, muerte y resurrección de una forma muy gradual. De forma paralela al desarrollo en la comprensión, el primer grupo de discípulos de Jesús en una generación pasó de ser una secta exclusivamente judía de Jerusalén a un movimiento predominantemente gentil extendido por todo el Imperio Romano.

Así, mientras que muchos incidentes en Hechos reflejan a cristianos, especialmente judíos, que aún observaban la ley, el énfasis teológico de Lucas subraya cómo el cristianismo se liberó de la ley. Esta libertad (que no se puede usar como excusa para pecar) es lo que quedó como normativa una vez finalizado ese periodo de transición.

AUTORÍA
Al comparar los prefacios de Lucas y Hechos, junto con el estilo de las dos narraciones, casi todos los estudiosos, por no decir todos, están convencidos de que el autor de estos dos volúmenes tiene que ser la misma persona.

Pero, ¿quién? Estrictamente hablando, Hechos, como los cuatro Evangelios, es anónimo. Que sepamos, los títulos de los libros no salían en los documentos originales y, probablemente, se añadieron por primera vez en el siglo II, cuando empezaron a compilarse algunos de los libros del Nuevo Testamento.

Sin embargo, el testimonio de los padres de la iglesia afirma de forma unánime que Lucas, al que Pablo llama su «querido médico» (Col 4:14), era el autor, al parecer un hombre gentil, puesto que Pablo lo menciona solo después de haber mencionado a «los únicos judíos» que han seguido colaborando con él (v. 11).

La tradición de la iglesia también comenta esas secciones de Hechos en las que el autor pasa de escribir en tercera persona del singular, a escribir en primera persona del plural (describiendo lo que «hicimos»), y lo atribuye a que en esas ocasiones Lucas estaba con Pablo (16:10–17; 20:5–21:18; 27:1–28:16).

Sin embargo, en tiempos modernos, los estudiosos han propuesto al menos otras dos opciones.
  • La primera, este material escrito en primera persona del plural podría tratarse del diario, las memorias, o la historia oral de un testigo ocular y compañero de Pablo, a quien el autor del libro consultó. Otros, en cambio, piensan que se trata de un recurso literario completamente artificial, basado en prácticas similares, como por ejemplo el caso de las narraciones de viajes por mar de algunos personajes de historias grecorromanas, incluso cuando el autor no tenía ningún tipo de relación con las participantes de esas aventuras.

A finales del siglo XIX, William Hobart explicó que a lo largo de Lucas–Hechos aparece vocabulario claramente médico, corroborando así la tradición de que el autor de estos dos libros fue un médico.

Pero a principios del siglo XX, Henry Cadbury demostró que ese vocabulario aparecía con la misma frecuencia en obras no especializadas, rechazando la tesis de Hobart. Sin embargo, en tiempos más recientes, Loveday Alexander dice que en los tratados científicos grecorromanos encontramos prefacios muy similares a los de Lucas y Hechos. Aunque eso no prueba que Lucas fuera un «científico», o más concretamente un médico, al menos encaja con la tradición de la iglesia primitiva.

Con la creciente popularidad de la crítica bíblica moderna, particularmente en el siglo XIX, muchos siguieron la influyente filosofía de Ferdinand Christian Baur, que se basó en la visión dialéctica de la historia de Georg W. F. Hegel, en la que un movimiento (tesis) siempre llevaba a su opuesto (antítesis) hasta que se llegaba a un acuerdo entre ambos (síntesis). Baur creía que «Lucas» fue una mediación entre el cristianismo extremadamente judío de Pedro y Jacobo, y el cristianismo extremadamente gentil de Pablo, creando una síntesis bastante tardía (mediados del siglo II).

Si ambas obras son tan tardías, está claro que el autor o autores no podrían haber sido compañeros de viaje de Pablo. Muchos son aún los que contemplan esta teoría.

El escepticismo contemporáneo en cuanto a la autoría de Lucas se ha centrado mucho más en las aparentes contradicciones teológicas entre Hechos y las epístolas de Pablo para afirmar que el autor de Hechos no pudo ser un seguidor cercano de Pablo. La exposición clásica de esta teoría aparece en un breve artículo de Philipp Vielhauer, quien destacó cuatro grandes diferencias:


  1. En Hechos encontramos una «teología natural» en la que los seres humanos encuentran a Dios a través de la revelación general (esp. Hechos 17:16–31), mientras que en Pablo tenemos una visión claramente negativa de la posibilidad de salvación aparte de la fe explícita en Cristo (p. ej., Ro 1:18–32). 
  2. La actitud de Pablo en cuanto a la obediencia a la ley es más positiva en Hechos, si la comparamos sobre todo con la descarga que hay en Gálatas contra los que imponían la ley a los cristianos. 
  3. La cristología de Pablo en Hechos, como la de otros predicadores cristianos tempranos, se centra en la resurrección, mientras que en 1a Corintios 2:2 Pablo se refiere a la crucifixión como el centro único del evangelio. 
  4. Por último, la escatología de Lucas parece un poco «retardada», es decir, el autor reconoce que puede pasar cierto tiempo hasta el Segunda Venida de Cristo, mientras que el Pablo de las epístolas se aferra a la esperanza de una parusía inminente.

Las observaciones de estos contrastes entre Hechos y las epístolas son válidas, pero también tienen fácil respuesta.

  1. Romanos 1:19–20 está de acuerdo con Pablo en Atenas (Hechos 17) en que, a partir de la naturaleza de la creación, toda la humanidad debería reconocer que hay un Creador
  2. Hechos 13:39 deja claro, incluso en Hechos, que Pablo no cree que la ley pueda salvar, mientras que 1a Corintios 9:19–23 enfatiza la disposición de Pablo de ponerse bajo la ley si eso le va a permitir alcanzar a sus contemporáneos judíos. 
  3. Ni la crucifixión ni la resurrección representan de forma completa la obra salvífica de Cristo, tal y como Pablo mismo dice en 1a Corintios 15 cuando hace hincapié en la necesidad de la resurrección. 
  4. Por último, un estudio más detallado tanto de Hechos como de las cartas de Pablo nos deja ver la expectativa de que Cristo vuelve pronto, pero siempre acompañada de la posibilidad de que probablemente no ocurra de forma inmediata (cf. p. ej., Lucas 17:20–27; Hechos 13:40–41, 47; 1Ts 4:13–5:10).

De ahí que David Wenham concluya que las diferencias entre Hechos y las epístolas prueban que Pablo no es el autor de Hechos (aunque, no sabemos por qué menciona esta conclusión, ¡pues nadie ha defendido que lo fuera!). Pero las diferencias no demuestran que sea imposible que un colaborador de Pablo, formado teológicamente en la fe cristiana temprana —con sus propios énfasis y con unos receptores concretos que tenían unas necesidades concretas—, fuera el autor de esta obra.

Además, nadie ha ofrecido otra razón convincente que explicara por qué la iglesia primitiva apuntó unánimemente a Lucas como el verdadero autor del Evangelio y Hechos. Se trata de un personaje en el que nadie habría pensado a la hora de buscar un posible autor, por lo que el hecho de que la iglesia primitiva lo mencione debería ser un argumento suficientemente convincente.

FECHA
Como hemos visto arriba, a mediados del siglo XIX muchos fechaban el libro de Hechos a principios o incluso a mediados del siglo II. Esta fecha tan tardía permitía a los estudiosos rechazar la autoría de Lucas, escondiendo así las serias diferencias que dividían a la primera generación de cristianos. Se creía que el pensamiento de Pedro y el pensamiento de Pablo eran en el siglo I dos trayectorias claramente diferenciadas, y que la posición intermedia de Lucas fue una creación más tardía.

Según ellos, Gálatas 2:11–15 refleja mejor las tensiones de aquellos primeros años que Hechos.
Sin embargo, hoy, la gran mayoría de los estudiosos fecha el libro de Hechos entre algún año después del 70 d.C. y mediados de los 90.

La fecha más popular entre los comentaristas más liberales es la década de los 80. En su opinión, no tiene sentido decir que es más tardía porque, si las cartas de Pablo ya estaban circulando, entonces, ¿cómo se explica que el libro de Hechos no las mencione? Dado que Hechos es una continuación del Evangelio de Lucas, y muchos fechan ese Evangelio justo después de la caída de Jerusalén (basándose sobre todo en que Lucas 21:20 es una «profecía posterior al suceso»), Hechos también tiene que ser posterior al año 70. Las supuestas contradicciones teológicas asociadas con Vielhauer (ver más arriba) también han llevado a los estudiosos a dar por sentado que tiene que haber un margen de tiempo entre la escritura de las epístolas (años 50 y 60) y la de Hechos, dado el desarrollo que se puede apreciar en el pensamiento.

Por otro lado, la mayoría de conservadores siguen fechando el libro de Hechos entre el año 62 y 64 d.C. El abrupto final del libro, momento en el que Pablo está en Roma esperando el resultado de su apelación al César, hace pensar que Lucas escribió inmediatamente después de esos sucesos.

Dado que Hechos 21–28 narra el arresto de Pablo y las diferentes comparecencias y encarcelamientos con bastante detalle, todo un proceso que culmina con la apelación al César, es difícil entender por qué Lucas no ha recogido el resultado de dicha apelación si ya lo conocía cuando escribió Hechos.

Ese periodo de dos años que se menciona al final del libro probablemente está haciendo referencia al periodo entre el 60 y el 62 d.C., puesto que Festo llegó al poder en el año 59 y a Pablo lo enviaron para Roma aquel mismo otoño. Si le concedemos a Lucas algo de tiempo para que también escribiera su Evangelio, entonces llegamos a la fecha sugerida arriba.

Es más, si la tradición de la iglesia primitiva está en lo cierto y la apelación al César sirvió y Pablo fue puesto en libertad (aunque en esa misma década sería apresado de nuevo, y asesinado), lo más lógico es pensar que todo eso ocurrió antes de que Nerón empezara a perseguir a los cristianos en el año 64.

Lucas 21:20 no tiene por qué ser la narración de un suceso que ya ha acontecido, disfrazado de profecía. Si Lucas 21:20 es una predicción, este texto no sirve para determinar la fecha del Evangelio de Lucas.

No obstante, es importante destacar que en este debate no solo están los conservadores que defienden una fecha anterior al año 70, y los liberales que defienden una fecha posterior al año 70.

Algunos estudiosos evangélicos de renombre optan por la fecha posterior diciendo que el objetivo de Lucas fue acabar su narración en el momento en el que el Evangelio llegó a Roma. Ese era el corazón del Imperio, desde donde ya se podía extender «hasta los confines de la tierra» (Hechos 1:8).

Aunque la mente del escritor moderno no logre entenderlo, puede ser que ese fuera para Lucas el clímax y el final adecuado. La posible estructura quiástica de la obra de Lucas (una obra en dos volúmenes) podría también respaldar esta teoría.

Vemos que Lucas empieza, al principio del Evangelio, planteando el plan divino de salvación en Jesús en el contexto de la historia romana; y que acaba, al final de Hechos, con el cumplimiento de ese plan en Roma. En una estructura quiástica, el clímax aparece en el centro del documento, que en este caso se correspondería con el relato de la resurrección de Jesús. Ese es el dato teológico más importante de Lucas, y da la impresión de que no hay necesidad de que el final de la obra tenga un nuevo clímax. Por el contrario, el conocido obispo liberal de la década de 1970, John Robinson, fecha el libro de Hechos antes del año 70 d.C. por una serie de razones, una de las cuales es su convicción de que Lucas 21:20 es demasiado impreciso como para ser una descripción posterior al hecho.

DESTINATARIOS
Tanto los Evangelios como la tradición temprana de la iglesia nos dan muy poca información sobre los destinatarios de los Evangelios y del libro de Hechos. En el principio de sus dos obras,

Lucas menciona a Teófilo, un nombre que significa «el que ama a Dios» y que algunos han tomado como un nombre genérico que se refiere a los cristianos en general. No obstante, la mayoría cree que se trata de un nombre propio común en el mundo antiguo de influencia helena, y que probablemente está haciendo referencia al mecenas que le está dando a Lucas los recursos para que pueda realizar el proyecto de escribir dos obras tan ambiciosas, dado el tiempo y el coste que supone el trabajo de investigación y de dictado a un escriba.

Por el prefacio al Evangelio (Lucas 1:1–4), tenemos dos opciones en cuanto a Teófilo: o bien hacía poco que era cristiano, o bien era lo que llamaríamos un «buscador» o alguien que está en el proceso de búsqueda. Lo que está claro es que Lucas le quiere instruir más en los asuntos de la fe para que pueda creer con una mayor certeza.

Pero la iglesia primitiva, por lo general, creía que todos los Evangelios se habían escrito en primer lugar para comunidades cristianas concretas, pero con el objetivo de que acto seguido se circularan para el beneficio de la iglesia en general. No hay forma de saber dónde estaba la congregación de Lucas. Se han propuesto diferentes alternativas: desde Antioquía hasta Éfeso, pasando por Filipos. Pero todo queda en especulación.

Debido a su interés por el tema de las posesiones materiales, y a que en Hechos podemos ver a un número de creyentes considerablemente ricos, también se ha sugerido que quizá se estaba dirigiendo a una comunidad cristiana acomodada de algún lugar predominantemente gentil y de habla griega en la mitad oriental del Imperio. Pero en cuanto a este tema no podemos pronunciarnos con firmeza por la falta de evidencias.

PROPÓSITOS
En Hechos encontramos al menos tres propósitos centrales, que quizá se tratan de una forma más extensa que en el Evangelio de Lucas.

  • El primero es, claramente, un propósito histórico. Como único evangelista que escribió una continuación, está claro que Lucas quiso inmortalizar la vida de la primera generación de cristianos, redactando un informe selectivo de sucesos importantes. A pesar de un pequeño número de aparentes contradicciones, muchos de los nombres, lugares, costumbres, fechas y otros detalles que aparecen en Hechos aparecen también en fuentes no cristianas. 
Además, muchos de los datos casan perfectamente con los datos de las epístolas, formando así una cronología detallada y posible de ese periodo de unos treinta años aproximadamente. Un ejemplo clásico es los términos que Lucas usa para referirse a los políticos en varias ciudades y provincias, términos que incluyen
- procónsul,
- magistrado,
- gobernador,
- principal,
- administrador municipal,
- tribuno,
- procurador y
- gobernador municipal (politarca).

Algunos de estos términos cambiaron, incluso durante el transcurso del primer siglo. Y sin embargo, en todos los casos, Lucas usa todos los términos de forma correcta, asociándolos con la comunidad y con el periodo de tiempo adecuados, algo que no hubiera logrado si realmente no se hubiera esmerado en elaborar un escrito histórico serio.

Y el respaldo arqueológico de los Evangelios palidece en comparación con la cantidad de información existente de todos los lugares descritos en el libro de Hechos. Hasta el día de hoy hay turistas que viajan por Italia, Grecia, Turquía y el este del Mediterráneo visitando tanto ciudades modernas como antiguas ruinas que encajan muy bien con un gran número de detalles del segundo volumen de Lucas.

Hace unos cien años, el arqueólogo británico Sir William Ramsay se propuso negar la historicidad de Hechos pero, después de un trabajo meticuloso, desarrollado sobre todo en Turquía, se convenció de la fiabilidad histórica del libro y se convirtió al cristianismo. Su obra aún sigue teniendo un gran valor, pero hay que complementarla con la obra magistral de Colin Hemer, The Book of Acts in the Setting of Hellenistic History [El libro de Hechos en el marco de la historia helenista], que contiene el compendio más extenso de información histórica acerca del libro de Hechos.

Hemer, al final, llega a un veredicto totalmente favorable. La obra en cinco volúmenes editada por Bruce Winter bajo el título The Book of Acts in Its First–Century Setting [El libro de Hechos en su marco del siglo I] también es imprescindible para entender bien el trasfondo histórico más general de casi todos los lugares, costumbre y desarrollos que aparecen en Hechos.

Sin embargo, mucho más importante que el propósito histórico es el propósito teológico. Lucas no solo está narrando Historia tal y como se entiende en el mundo secular, sino que está narrando Historia de la Salvación (Heilsgeschichte), el plan divino de redención, en un momento a caballo entre el antiguo y el nuevo pacto.

Por eso Dios, a través de su Espíritu Santo, aparece como el agente principal, como la causa de los sucesos que se narran en este libro. Surgen nuevas iglesias, y en todo este proceso, el progreso geográfico del evangelio tiene una importancia prominente. Se enfatiza el esfuerzo evangelístico por encima de la obra necesaria del «seguimiento».

Aunque algunos han exagerado este punto, es justo mencionar que, al parecer, Lucas reconoce que probablemente el final no está tan cercano. Ciertamente, nuestro autor podría ser el primer cristiano (o al menos el primer escritor cristiano) en sospechar que puede que la iglesia dure lo suficiente como para necesitar la historia teológica que él nos ofrece.

El estudio más reciente y completo de los principales temas teológicos de Hechos ha sido editado por David Peterson y I. Howard Marshall. Un compendio evangélico completísimo del estudio de la teología de Hechos, que incluye contribuciones sobre temas como

  • el plan de Dios, 
  • las Escrituras y la realización de los propósitos de Dios, 
  • Historia de la Salvación y Escatología, 
  • Dios como Salvador, 
  • la necesidad de la salvación, 
  • salvación y salud, 
  • el rol de los apóstoles, 
  • misión y testimonio, 
  • el progreso de la Palabra, 
  • oposición y persecución, 
  • la predicación de Pedro, 
  • el discurso de Esteban, 
  • la predicación y la defensa de Pablo, 
  • el espíritu de profecía, 
  • el nuevo pueblo de Dios, 
  • la adoración de la nueva comunidad, 
  • Israel y la misión gentil, 
  • reciprocidad y ética, junto con otros ensayos más generales o metodológicos.

Aunque no sea exactamente un tema concreto, hemos de tener en cuenta que estrechamente relacionado al propósito teológico de Lucas está su aparente propósito apologético: defender la fe de las diversas críticas.

Si Lucas no solo tiene en mente a Teófilo, sino que quiere que la verdad sobre lo que ocurrió llegue a todos los creyentes de las comunidades a las que va a llegar su escrito, quizá sabía que habían empezado a circular tradiciones apócrifas sobre los personajes y los sucesos asociados con los primeros cristianos, si no en forma escrita, de forma oral.

Más probable aún es que hubiera acusaciones de parte de los judíos y de los romanos que exigían una respuesta cristiana. Ambos grupos creían que los cristianos estaban violando sus leyes. Lucas se esfuerza a lo largo de todo el libro para demostrar que eso no es así. Podría ser también que Lucas estuviera defendiendo la fe ante los gentiles, dentro y fuera de la iglesia, quienes habían empezado a preguntarse por qué esa secta originalmente judía se estaba convirtiendo en un grupo predominantemente gentil, y por qué la mayoría de judíos rechazaron el cristianismo tan solo treinta años después de sus inicios.

Así, Lucas demuestra que es la continuidad natural y necesaria del judaísmo, y que los que se han desviado de la voluntad de Dios no son los cristianos, sino los judíos incrédulos.


  • Un tercer propósito, aunque sin duda subordinado al interés histórico y teológico, es el literario. Lucas escribe muchas de sus historias de una forma aventurera y artística. ¿Quién puede leer el relato de la tormenta y el naufragio de Pablo en el capítulo 27 y no sentirse invadido por el suspenso? ¿Quién no se ve tentado a reírse de los que estaban orando en casa de Juan Marcos, en el capítulo 12, que se niegan a creer que Dios ha contestado a sus oraciones y que Pedro ha salido de prisión, incluso cuando Rode les dice que acaba de llegar?¿Quién no se maravilla ante la superstición de los paganos de Listra (capítulo 14) o de la isla de Malta (capítulo 27), donde primero creen que es divino, y  acto seguido lo condenan como a un criminal? 
Lucas repite las historias que le parecen más importantes, dedica más espacio a los discursos y sucesos que considera más trascendentales, usa el recurso literario de crear expectativa (p. ej., al mencionar la presencia de Saulo en el apedreamiento de Esteban), y, en general, parece deleitarse en describir las acción de Dios en este mundo de una forma estética.

Un aspecto particularmente controvertido del estilo del Lucas tiene que ver con los discursos o sermones atribuidos a otras personas. Tucídides, el antiguo historiador griego, explica que, aunque siempre intentaba reunir fuentes fiables cuando atribuía discursos a sus personajes, reconocía que no siempre las encontraba. Y en esas ocasiones, escribía libremente las palabras que él creía que aquellos personajes podían haber dicho (La Guerra del Peloponeso 1.22.1–2).

Los estudiosos del libro de Hechos con frecuencia citan estos comentarios de Tucídides como explicación de la composición de los discursos que aparecen en Hechos. Sin duda alguna, los mensajes, como las enseñanzas de Jesús en los Evangelios, en muchas ocasiones se tenían que resumir.

Manteniéndose fiel a la práctica literaria e histórica de sus tiempos, Lucas se habría sentido libre de poner con sus propias palabras el sentido y la esencia de lo que se había predicado. El hecho de que, para componer su Evangelio, Lucas se basara en el testimonio de testigos oculares, en la tradición oral fiable y en fuentes escritas breves nos hace pensar que lo más probable es que hiciera exactamente lo mismo para redactar el libro de Hechos.

El historiador romano Livio, por ejemplo, a diferencia de Tucídides, afirmaba que él siempre se basaba en fuentes que había heredado, mientras que Polibio censuraba a aquellos que se inventaban la historia. A la vez, en Hechos encontramos algún discurso escrito u oral que, con casi toda seguridad, ningún cristiano presenció o al que ningún cristiano habría tenido acceso. El clásico ejemplo es el de la carta de Claudio Lisias al gobernador Félix que aparece en 23:26–30, y Lucas podría haber dado pistas de que en ese tipo de ocasiones está incluyendo la información de una forma menos literal. Pero en general no tenemos razones para dudar de la fiabilidad de los discursos que aparecen en Hechos.

GÉNERO LITERARIO
«El antiguo título Praxeis era un término que designaba una forma literaria griega específica, una narración de los hechos heroicos de figuras mitológicas o históricas famosas».

Según Lucas, está claro que los personajes de sus relatos son históricos. Estudios recientes dedicados a analizar la cuestión del género literario de Hechos apuntan a que el segundo volumen de Lucas tiene características comunes con «la monografía histórica breve», «la biografía intelectual antigua», «la historiografía apologética», y «la historia bíblica», aunque también reconocen que, como los Evangelios, el producto final de Hechos es una mezcla única de diversos géneros.

Como segunda parte de la obra de Lucas, se podría suponer que Hechos sigue un género similar al de los Evangelios. Sin embargo, como el énfasis ya no está en un personaje central, Jesús, sino en varios líderes cristianos y en la iglesia que estos dirigían, no tenemos por qué usar la misma etiqueta.

Si una buena descripción de los Evangelios es decir que son como biografías teológicas, entonces puede que una buena descripción del libro de Hechos sea decir que es como una historia teológica.

Y, como vimos arriba, eso no excluye que Lucas escriba con un estilo artístico y que tiene también un interés estético. Como el antiguo historiador Éforo, Lucas organiza una serie de sujetos históricos no dejando a un lado la cuestión geográfica; mientras que en cuanto a la retórica, el autor de Hechos mezcla elementos del estilo de la Septuaginta con características de los oradores grecorromanos.

ESTRUCTURA
De los muchos bosquejos de Hechos que se han propuesto, cuatro son los que contemplan las características textuales que no debemos dejar de lado.

En primer lugar, Hechos 1:8 se ha entendido como la declaración programática del bosquejo. En este versículo, Jesús profetiza que los discípulos serán sus testigos, empezando en Jerusalén, saliendo a Judea y Samaria y, por último, llegando hasta los confines de la tierra. Las tres etapas que encontramos en los capítulos 1–7, 8–12, y 13–28 se corresponden, aproximadamente, a ese bosquejo de tres partes.

No hay duda de que la progresión temática del libro muestra cómo el movimiento cristiano perseguido se extiende más allá de Israel.

En segundo lugar, 1–12 y 13–28 se corresponden el uno con el otro: la misión cristiana aún opera de forma predominante en los círculos judíos con Pedro como personaje principal de la primera «mitad» del libro, mientras que con Pablo en la segunda «mitad», la misión da un giro y se centra sobre todo en el mundo gentil.

Curiosamente, encontramos muchos paralelismos entre los ministerios de Pedro y de Pablo. Los discursos de ambos están repletos de citas de las Escrituras cumplidas en Jesús. Ambos son liberados de prisión de forma milagrosa. Ambos sanan enfermos y resucitan a los muertos. Ambos superan el judaísmo, promoviendo un evangelio que no está supeditado a la ley. A ambos les preocupan los pobres, y organizan ofrendas para cubrir sus necesidades. También hay algunos paralelismos entre su ministerio y el de Jesús mismo, según la descripción del Evangelio de Lucas, algunos de ellos con detalles realmente similares (ver p. ej., el comentario de Hechos 9:32–43 o de 19:21).

En tercer lugar, y que nos permite dividir el libro en secciones más cortas, a modo de resumen, Lucas recoge seis declaraciones que describen de forma sucinta el crecimiento y la expansión de la Palabra de Dios, la multiplicación de la iglesia, y otras cuestiones similares.

Cada una de ellas aparece al final de una serie de textos razonablemente homogénea, geográficamente hablando: 6:7:9:31; 12:24; 16:5; 19:20; y 28:31.36 Combinando las sugerencias de estos tres acercamientos, tenemos el siguiente bosquejo:

I. La misión cristiana a los judíos (Hechos 1:1–12:24)
   A. La iglesia en Jerusalén (Hechos 1:1–6:7)
   B. La iglesia en Judea, Galilea y Samaria (Hechos 6:8–9:31)
   C. Avances en Palestina y Siria (Hechos 9:32–12:24)

II. La misión cristiana a los gentiles (Hechos 12:25–28:31)
    A. El primer viaje misionero de Pablo y el concilio apostólico (12:25–16:5)
    B. El segundo y el tercer viaje misionero (16:6–19:20)
    C. Los viajes finales de Pablo a Jerusalén y a Roma (19:21–28:31)

Además, puede parecer que Lucas y Hechos están organizados como un solo quiasmo. El Evangelio de Lucas empieza ubicando el nacimiento de Jesús en el contexto de la historia mundial, es decir, en el Imperio Romano. Luego habla del ministerio de Jesús en Galilea. A continuación presenta sus viajes por Samaria y Judea. Y por último tenemos a Jesús en Jerusalén.

El Evangelio de Lucas es el único que, a la hora de mencionar las apariciones de Jesús después de la resurrección, solo menciona las que tuvieron lugar en Jerusalén; y el único que menciona brevemente la ascensión. Entonces, Hechos resume las apariciones después de la resurrección, describe la ascensión antes de describir con sumo detalle la expansión de la iglesia desde Jerusalén, a Judea, a Samaria, y al mundo gentil, y acaba explicando que, con Pablo, la predicación del evangelio ha llegado hasta Roma.

Las únicas secciones que parecen no encajar son Jesús en Galilea y la iglesia en el mundo gentil, hasta que recordamos que desde los días de Isaías Galilea era conocida como «Galilea de los gentiles» (cf. Is. 9:1M Mt 4:15).

CRÍTICA TEXTUAL
La crítica textual del Nuevo Testamento ha identificado cuatro grupos de manuscritos, clasificación que responde a los patrones que los textos siguen, y a un diseño característico, condicionado por la parte del Imperio Romano en la que predominaban.

Estos cuatro tipos de texto son

  1. el Alejandrino, 
  2. el Cesariense, 
  3. el Bizantino y 
  4. el Occidental. 
Como su nombre sugiere, el texto Occidental refleja sobre todo manuscritos asociados con Italia, incluyendo las traducciones más antiguas del Nuevo Testamento al latín.

El principal manuscrito uncial griego (de los tiempos más antiguos, cuando se escribía todo en mayúsculas) es el Códice de Beza (que para abreviar se denomina simplemente D, y data del siglo V).

Aunque en el Código de Beza hay otras partes del Nuevo Testamento en las que no vemos apenas alteración, el texto Occidental del libro de Hechos es un 10 por ciento más extenso que los demás tipos de textos, en los que se han basado las traducciones modernas que hoy utilizamos.

Es posible que al realizar la copia se añadieran en el texto las notas que los escribas anteriores habían escrito en los márgenes. Lo que es desconcertante sobre el texto Occidental de Hechos es que varias de estas inserciones al parecer aportan nueva información histórica, aunque no reflejen lo que Lucas escribió.

Quizá la más famosa es Hechos 19:9. Pero una doctrina evangélica de las Escrituras se basa exclusivamente en lo que aparece en las copias originales de cada libro.

FUENTES
Como ya hemos visto, es probable que Lucas usara una variedad de fuentes para escribir el libro de Hechos. Entre los autores recientes, Fitzmyer tiene la serie de propuestas más elaborada.

Se piensa que la mayor parte de la información se podría haber conseguido en Antioquía, dado su papel como «campamento base» de Pablo, y como lugar de encuentro de varios de los apóstoles. Cuando Lucas acompañó a Pablo a Jerusalén al final de su tercer viaje misionero, podría haber tenido la oportunidad de entrevistar a personas que habían visto al Jesús histórico y habían contemplado los inicios del movimiento cristiano, además de consultar cualquier documento que pudiera existir sobre los acontecimientos que él no había presenciado.

Con el Evangelio de Lucas podemos desarrollar otras hipótesis razonables porque tenemos otros Evangelios con los que compararlo. Así, la mayoría de estudiosos cree que Lucas se basó en parte en el Evangelio de Marcos, en una colección de dichos de Jesús (llamada Q, un material principalmente didáctico que encontramos en Mateo y Lucas, pero que no encontramos en Marcos), y posiblemente una fuente más breve de la que Lucas extrajo todo lo que no aparece en los otros Evangelios (L).

Pero como no tenemos textos paralelos de Hechos, la tarea de la crítica de las fuentes en este caso es mucho más subjetiva. Como no ha habido ningún descubrimiento nuevo y espectacular en Oriente Medio, probablemente nunca podamos llegar a establecer las fuentes de Hechos con un alto grado de certeza.

CRONOLOGÍA
La fecha menos cuestionable en el libro de Hechos aparece en Hechos 18:12, cuando Pablo se presenta ante Galión en Corinto. Por una inscripción en Delfi, parece que Galión fue procónsul ahí solo desde el mes de julio del año 51 al mes de julio del año. La hambruna de Hechos 11:27–30, según Josefo, fue parte de una serie de hambrunas locales que ocurrieron entre el 44 y el 46, aunque su efecto se notó al menos durante dos años más. Hechos 12:25–14:28 sugiere que el primer viaje misionero de Pablo empezó muy poco después de que Pablo y Bernabé volvieran de llevar a Jerusalén la ayuda para los pobres.

En Gálatas 1:18 y 2:1, Pablo habla de un intervalo de tres y otro de catorce, respectivamente, entre su conversión y sus dos primeros viajes a Jerusalén. Estos viajes parecen corresponderse con Hechos 9:28 y 11:30.

El siguiente paso es identificar las fechas específicas de estas dos visitas. Aunque la misión de llevar ayuda a los hambrientos que aparece en Hechos 11:30 hubiera sido en el año 47 (fecha bastante tardía), esto nos haría ubicar su conversión diecisiete años antes, es decir, en el año 30 d.C.(año en el que la mayoría cree que crucificaron a Jesús).

Pero eso no deja margen para que ocurrieran los sucesos de Hechos 1–8 entre la crucifixión y la conversión de Pablo, y mucho menos si Jesús murió en el año 33 d.C., la segunda fecha que más respaldo tiene. Por ello, algunos creen que los tres y los catorce años de Gálatas 1:18 y 2:1 son a partir de la conversión de Pablo, con lo cual el tiempo que pasó desde su conversión hasta su segundo viaje a Jerusalén solo es de catorce años. Así, la conversión de Pablo sí había podido ser en el año 33. El problema es que esta interpretación no encaja con lo que pone en el texto original en Gálatas.

Una mejor solución es tener en cuenta que la fechación antigua normalmente era inclusiva, es decir, el primer y el último año del periodo mencionado estaban incluidos. Así, los «diecisiete» años desde la conversión de Pablo hasta la visita para ayudar a los pobres podrían haber sido realmente quince años, quizá quince años y algún mes más. Esto situaría la conversión de Pablo muy poco después de la muerte de Esteban en torno al 32 d.C. y su segundo viaje a Jerusalén, en el 47. El primer viaje a Jerusalén habría sido en el 35 (32, más los tres años de Gálatas 1:18).

Robert Jewett defiende que esa cronología es imposible y que nunca sabremos a ciencia cierta sobre la historicidad y la cronología de Hechos. Jewett observa que Aretas IV no gobernó sobre Damasco hasta el año 37, pero él es el rey del que Pablo huye antes de realizar su primera visita a Jerusalén (2Co 12:32–33), visita que nosotros estamos fechando en el año 35.43 Por otro lado, ni siquiera sabemos si Aretas recibió todo el poder en el 37.

Tan solo es una hipótesis, dado que Calígula, que tomó el poder como emperador en el 37, con frecuencia dio a los reyes más poderes de los que dieron los demás emperadores. Por tanto, parece ser que lo mejor es seguir a F.F. Bruce, que sugiere que la influencia de Aretas fue algo más bien no oficial, siendo posible así la primera fecha. En las Escrituras no se le confiere ningún título oficial como gobernante en Damasco; Pablo simplemente dice que huyó de Aretas.

La muerte de Herodes Agripa I, descrita en Hechos 12:19b–25, el historiador Josefo la sitúa en el año 44. Eso hace que los sucesos del capítulo 12 ocurran antes de los que aparecen al final de Hechos 11, lo cual no es un problema porque Lucas no une los capítulos de forma cronológica.

El primer versículo del capítulo 12 en griego solo dice «por ese tiempo», y en su Evangelio, en muchas ocasiones Lucas ordena los sucesos de forma temática en lugar de hacerlo de forma cronológica. Aquí, el vínculo temático sería el tema común de sucesos relacionados con Antioquía que encontramos en 11:19–30.

Una tradición de la iglesia dice que Pedro se quedó doce años en Jerusalén después de la crucifixión (Hechos de Pedro 5:22), lo que significaría que su encarcelamiento, liberación milagrosa, y marcha de la ciudad, que también se recoge en el capítulo 12, ocurrió en el año 42.

El primer viaje misionero de Pablo, el concilio apostólico y su segundo viaje misionero hasta su llegada a Corinto debieron de ocurrir entre el 47 y el 52. Puesto que Pablo estuvo en Corinto al menos un año y medio (Hechos 18:11), aparentemente la mayor parte de ese tiempo transcurrió antes de su comparecencia ante Galión, probablemente llegó a Jerusalén no antes de finales del año 50.

La fecha más comúnmente establecida para el concilio apostólico es, por tanto, el año 49, pero podría haber sido incluso un año antes. El primer viaje misionero de Pablo, el más corto, pudo realizarse en el año 48 o 49 (o durante ambos). Parece ser que el tercer viaje misionero consistió en una serie de paradas breves en ciudades donde ya se había estado evangelizando, a excepción de la estancia en Éfeso, que duró casi tres años (Hechos 20:31). Así que esos años se corresponderían con el periodo entre el 52 y el 55, o quizá el 53 y el 56.

La siguiente fecha clara tiene que ver con Festo y su llegada al cargo de procurador de Judea. Basándonos en una comparación de varios pasajes de Eusebio y otros escritos cristianos tempranos, parece ser que Félix gobernó desde el 52 al 59, aunque algunos discrepan sobre una de las fechas, o sobre ambas.

Si son las fechas exactas, la cronología situaría el arresto de Pablo en Jerusalén en el año 57, puesto que pasó dos años en prisión durante el mandato de Félix (Hechos 24:27). Eso supone que el resto del tercer viaje misionero de Pablo pudo durar un año o más, tiempo en el que visitó ciudades que había visitado en su segundo viaje, y luego regresaría a Jerusalén. Al parecer, la comparecencia ante Festo y Agripa tuvo lugar poco después de que Festo subiera al poder, y la apelación al César habría sido inmediatamente después.

Así que el viaje a Roma probablemente comenzó en el otoño del año 59, y después de que los supervivientes del naufragio pasaran el invierno en la isla de Malta, finalizó en la primavera del año 60. El arresto de dos años en Roma (Hechos 28:30) corresponde, por tanto, al periodo entre el 60 y el 62.
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miércoles, 13 de enero de 2016

Tú has rechazado el conocimiento, yo también te rechazaré para que no seas mi sacerdote; como has olvidado la ley de tu Dios, yo también me olvidaré de tus hijo

RECUERDA Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




Historia de la Iglesia: I
La iglesia antigua
Desde los inicios del cristianismo hasta que Constantino les puso fin a las persecuciones (Edicto de Milán, año 313). Fue un período formativo que marcó pauta para toda la historia de la iglesia, pues hasta el día de hoy seguimos viviendo bajo el influjo de algunas de las decisiones que se tomaron entonces.

El cristianismo surgió en un mundo que tenía ya sus propias religiones, sus culturas y sus estructuras políticas y sociales.
Para entender la historia del cristianismo, hay que saber algo acerca de ese trasfondo en el que la nueva fe se abrió camino y fue estructurando su vida y sus doctrinas.

El trasfondo más inmediato de la naciente iglesia fue el judaísmo —primero el judaísmo de Palestina, y luego el que existía fuera de la Tierra Santa.

El judaísmo de Palestina no era ya el que conocemos a través de los libros del Antiguo Testamento. Más de trescientos años antes de Cristo, Alejandro Magno (o Alejandro el Grande) había creado un vasto imperio que se extendía desde Grecia hasta Egipto y hasta las fronteras de la India, y que por tanto incluía toda la Palestina. Una de las consecuencias de esas conquistas fue el «helenismo», nombre que se le da a la tendencia de combinar la cultura griega que Alejandro había traído con las antiguas culturas de cada una de las tierras conquistadas.

A la muerte de Alejandro, algunos de su sucesores quedaron como dueños de Siria y Palestina. Contra ellos se rebelaron los judíos bajo la dirección de los Macabeos, y lograron un breve período de independencia, hasta que los romanos conquistaron el país en el año 63 a.C. Por tanto, cuando Jesús nació Palestina era parte del Imperio Romano.

Este judaísmo de Palestina no era todo igual, sino que había en él diferentes partidos y posturas religiosas. Entre ellos se destacan los zelotes, los fariseos, los saduceos y los esenios. Estos grupos diferían en cuanto al modo en que se debía servir a Dios, y también en sus posturas frente al Imperio Romano. Pero todos concordaban en que hay un solo Dios, que ese Dios requiere cierta conducta de su pueblo, y que algún día ese Dios cumplirá sus promesas a ese pueblo.

Fuera de Palestina, el judaísmo contaba con fuertes contingentes en Egipto, Asia Menor, Roma y hasta los territorios de la antigua Babilonia. Esto es la llamada «Dispersión» o «Diáspora». El judaísmo de la Diáspora daba señales del impacto de las culturas circundantes. En el Imperio Romano, esto se manifestaba en el uso de la lengua griega —la lengua más generalizada en el mundo helenista— por encima del hebreo o del arameo —la lengua más usada en la parte de la Diáspora que se extendía hacia Babilonia. 

Fue por eso que en la Diáspora —en Egipto— el Antiguo Testamento se tradujo al griego. Esa traducción se llama la «Septuaginta», y fue la Biblia que los cristianos de habla griega usaron por mucho tiempo. También en Egipto vivió el judío helenista Filón de Alejandría, que trató de combinar la filosofía griega con el judaísmo, y fue por tanto precursor de los muchos teólogos cristianos que trataron de hacer lo mismo con el cristianismo.

Empero desde bien temprano la iglesia comenzó a abrirse camino más allá de los límites del judaísmo, hasta tal punto que pronto se volvió una iglesia mayormente de gentiles. Para entender ese proceso, hay que saber algo del ambiente político y cultural de la época.

En lo político, toda la cuenca del Mediterráneo era parte del Imperio Romano, que le había dado unidad a la región. En cierto modo, esa unidad política facilitó la expansión del cristianismo. Pero esa unidad se basaba también en el sincretismo, en que florecía toda clase de religión y de mezcla de religiones, y que fue una de las peores amenazas al cristianismo. Y esa unidad política se basaba también en el culto al emperador, que fue una de las causas de la persecución contra los cristianos.

En el campo de la filosofía, predominaban las ideas de Platón y de su maestro Sócrates, que hablaban de la inmortalidad del alma y de un mundo invisible y puramente racional, más perfecto y permanente que este mundo de «apariencias».
Además, el estoicismo, doctrina filosófica que proponía altos valores morales, había alcanzado gran auge.
Dentro de ese marco, la nueva fe se fue abriendo camino, pero al mismo tiempo se fue definiendo a sí misma.
Aparte los libros del Nuevo Testamento, los escritos cristianos más antiguos que se conservan son los de los llamados «Padres apostólicos». Es a través de estas cartas, sermones y tratados que sabemos algo acerca de la vida y enseñanzas de los cristianos de la época.
La primera y más importante tarea del cristianismo fue definir su propia naturaleza ante el judaísmo del cual surgió. Como se ve en el Nuevo Testamento, buena parte del contexto en que tuvo lugar esa definición fue la misión a los gentiles.

Esta es una historia que conocemos principalmente por el Nuevo Testamento. Allí vemos, especialmente en las cartas de Pablo y en el libro de Hechos, el reflejo de las difíciles decisiones que la iglesia tuvo que hacer en sus primeras décadas. ¿Sería el cristianismo una nueva secta dentro del judaísmo? ¿Se abriría a los gentiles? ¿Cuánto del judaísmo tendrían que aceptar los gentiles conversos? Tales fueron las preguntas que dominaron la vida de la iglesia en sus primeras décadas.

Pronto el cristianismo tuvo sus primeros conflictos con el estado…. Esos conflictos con el estado produjeron mártires y «apologistas». Los primeros sellaron su testimonio con su sangre.

En el libro de Hechos, cuando se persigue a los cristianos, quienes lo hacen son generalmente los jefes religiosos entre los judíos. Lo que es más, en varias ocasiones las autoridades del Imperio intervienen para detener un motín, y salvan así de dificultades a los cristianos.

Pronto, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar, y fue el Imperio el que empezó a perseguir a los cristianos. En el siglo primero, las peores persecuciones tuvieron lugar bajo Nerón (emperador del 54 al 68) y Domiciano (81–96). Aunque cruentas, parece que estas persecuciones fueron relativamente locales.

En el siglo II la persecución se fue haciendo más general, aunque en términos generales se siguió la política de Trajano (98–117), de castigar a los cristianos si alguien los delataba, pero no emplear los recursos del estado para buscarlos. 

Por ello, la persecución fue esporádica, y dependía en mucho de circunstancias locales. Entre los mártires del siglo II se cuentan Ignacio de Antioquía, de quien tenemos siete cartas, Policarpo de Esmirna, de cuyo martirio se conserva un relato bastante fidedigno, y los mártires de Lión y Viena, en la Galia.

En el siglo III, aunque con largos intervalos de relativa tranquilidad, la persecución fue arreciando. El emperador Septimio Severo (193–211) siguió una política sincretista, y decretó la pena de muerte a quien se convirtiera a religiones exclusivistas como el judaísmo o el cristianismo. 

Bajo él sufrieron el martirio Perpetua y Felicidad. Decio (249–251) ordenó que todos sacrificaran ante los dioses, y que se expidieran certificados al respecto. Los cristianos que se negaran a ello debían ser tratados como criminales. Valeriano (253–260) siguió una política semejante.

Empero la peor persecución vino bajo Diocleciano (284–305) y sus sucesores inmediatos. Primero se expulsó a los cristianos de las legiones romanas. Luego se ordenó la destrucción de sus edificios y libros sagrados. Por último la persecución se hizo general, y se comenzó a practicar contra los cristianos toda clase de torturas y suplicios.

A la muerte de Diocleciano, algunos de sus sucesores continuaron la misma política, hasta que dos de ellos, Constantino (306–337) y Licinio (307–323) le pusieron fin a la persecución mediante el llamado «Edicto de Milán» (año 313).
Fue dentro de ese contexto que la nueva fe tuvo que determinar su relación con la cultura que le rodeaba, así como con las instituciones políticas y sociales que eran expresión y apoyo de esa cultura. Los apologistas trataron de defender la fe cristiana frente a las acusaciones de que era objeto. (Y algunos, como Justino, fueron primero apologistas y a la postre mártires.) Fue en ese intento de defender la fe que se produjeron algunas de las primeras obras teológicas del cristianismo.

En cierta medida, las persecuciones se basaban en una serie de rumores y opiniones que circulaban en torno a los cristianos. De ellos se decía, por ejemplo, que practicaban varias formas de inmoralidad. Y se decía también que su doctrina carecía de sentido, y que era propia de gente que no pensaba.

En respuesta a esto, los apologistas escribieron una serie de obras con el doble propósito de desmentir los falsos rumores en cuanto a las prácticas cristianas, y de mostrar que el cristianismo no era una sinrazón. Luego, la tarea principal que los apologistas se impusieron fue aclarar la relación entre la fe cristiana y la antigua cultura grecorromana.

Algunos de los apologistas adoptaron hacia esa cultura una actitud francamente hostil. Su defensa del cristianismo consistía principalmente en mostrar que la cultura supuestamente superior del mundo grecorromano no lo era en realidad. El principal apologista que tomó esta postura fue Taciano.

Otros adoptaron la postura contraria. En lugar de atacar la cultura pagana, sostuvieron que esa cultura tenía ciertos valores, pero que esos valores le venían del cristianismo, o al menos del judaísmo. 

Así, un argumento común fue que, puesto que Moisés fue antes de Platón, todo lo bueno que Platón dijo lo aprendió de Moisés.

Pero el argumento más poderoso, y el que a la postre hizo fuerte impacto en la teología cristiana, fue el de Justino con respecto al «Logos» o Verbo de Dios. Justino fue el más grande de los apologistas del siglo II, y a la postre selló su propia fe con su sangre —por lo que se le conoce como «Justino Mártir». 

Según él, como dice el Evangelio de Juan, el Verbo o Logos de Dios alumbra a todos lo que vienen al mundo —inclusive los que vinieron antes de la encarnación del Verbo en Jesús. Por tanto, toda luz que cualquier persona tenga o haya tenido la recibe del mismo Verbo que los cristianos conocen en Jesucristo. De ese modo, Justino podía aceptar cualquier cosa de valor que encontrara en la cultura y filosofía paganas, y añadirla a su entendimiento de la fe. 

A través de los siglos, esta doctrina del Logos como fuente de toda verdad, doquiera ésta se encuentre, ha hecho fuerte impacto en la teología cristiana, y en el modo en que algunos cristianos se han relacionado con la cultura circundante.
Pero había además otros retos a la fe: lo que la mayoría de los cristianos llamó «herejías» —es decir, doctrinas que hacían peligrar el centro mismo del mensaje cristiano.

El crecimiento de la iglesia trajo a su seno personas con toda clase de trasfondo religioso, y esto a su vez dio lugar a diversas interpretaciones del cristianismo. Aunque en la iglesia había existido siempre cierta diversidad teológica, pronto se vio que algunas de esas interpretaciones tergiversaban la fe de tal modo que parecían amenazar el centro mismo del mensaje cristiano. A esas doctrinas se les dio el nombre de «herejías».

La principal de esas herejías fue el gnosticismo. Este era todo un conglomerado de ideas y escuelas que diferían en muchos puntos, pero que tenían otros elementos comunes. Entre esos elementos comunes se contaban: Primero, una actitud negativa hacia el mundo material, de modo que la «salvación» consistía en escapar de la materia. 

Segundo, la idea de que esa salvación se lograba mediante un conocimiento o «gaosis» especial, mediante el cual el creyente podía escapar de este mundo y ascender al espiritual. Es por razón de esa «gnosis» que se le llama «gnosticismo».

No todos los gnósticos eran cristianos. Pero entre los cristianos el gnosticismo amenazaba la fe en varios puntos fundamentales: negaba la creación, que dice que este mundo es la buena obra de Dios; negaba la encarnación, que dice que Dios mismo se hizo carne física (esta doctrina, que Jesús no tenía cuerpo verdadero como el nuestro, es lo que se llama «docetismo»); y negaba la resurrección final, que dice que en la vida eterna tendremos cuerpos.

La otra «herejía» que le presentó un grave reto al cristianismo fue la doctrina de Marción. Al igual que los gnósticos, Marción negaba que un Dios bueno pudiera haber hecho este mundo material. Por ello decía que el Dios del Antiguo Testamento no era el Padre de Jesús, sino un ser inferior. 

Decía además que mientras Jehová es vengativo y cruel, el verdadero y supremo Dios es amante y perdonador. A diferencia de los gnósticos, que no fundaron iglesias, Marción fundó una iglesia marcionita. Además, puesto que rechazaba el Antiguo Testamento, hizo una lista de libros que él consideraba inspirados. Aunque difería mucho de nuestro Nuevo Testamento actual, ésta fue la primera lista de libros del Nuevo Testamento.

Fue principalmente en respuesta a esas herejías que surgieron el canon (o lista de libros) del Nuevo Testamento, el credo llamado «de los apóstoles», y la doctrina de la sucesión apostólica.

Aunque desde antes la iglesia había utilizado los evangelios y las cartas de Pablo, lo que le llevó definitivamente a insistir en que ciertos libros cristianos eran Escritura y otros no, fue el reto de las herejías. Frente a los herejes que proponían sus propias escrituras, o sus propias listas de libros, la iglesia empezó a determinar cuáles libros eran parte de las Escrituras cristianas, y cuáles no.

Al mismo tiempo y por las mismas causas, apareció en Roma el llamado «símbolo romano». Este era una confesión de fe que después evolucionó hasta formar lo que hoy llamamos «Credo de los Apóstoles». Está claro que el propósito de ese credo es rechazar las doctrinas de los gnósticos y de Marción.

Por último, la iglesia respondió señalando a las líneas ininterrumpidas de líderes en las principales iglesias —líneas que se remontaban hasta los apóstoles mismos. Este es el origen de la «sucesión apostólica», cuyo sentido original no era exactamente el mismo que se le dio después.

Todos estos elementos produjeron una iglesia más organizada, y con doctrinas y prácticas más definidas. Esto es lo que algunos historiadores llaman «la iglesia católica antigua».

Tras los apologistas vinieron los primeros grandes maestros de la fe —personas tales como Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, Orígenes y Cipriano. Estos escribieron obras cuyo impacto se deja ver todavía.

Ireneo, Tertuliano y Clemente vivieron hacia fines del siglo II y principios del III.

Ireneo era oriundo de Esmirna, en Asia Menor, pero la mayor parte de su vida la pasó en Lión, en lo que hoy es Francia. Era pastor, y consideraba que su tarea como teólogo consistía en fortalecer a su grey, sobre todo contra las herejías. 

Su teología no pretende ser original, sino que trata de afírmar lo que él aprendió de sus maestros. Precisamente por eso hay hoy un nuevo interés en él, pues sus escritos nos ayudan a conocer la más antigua teología cristiana.

Tertuliano vivió en Cartago, en el norte de Africa. Sus inclinaciones eran principalmente legales. Escribió en defensa de la fe contra los paganos, y también contra varias herejías. Fue quien primero empleó la fórmula «una substancia, tres personas» para referirse a la Trinidad, y también quien primero habló de la encarnación en términos de «una persona, dos substancias».

Clemente de Alejandría siguió las líneas trazadas por Justino, buscando conexiones entre la fe y la filosofía griega. En esto le siguió Orígenes, a principios del siglo III. Orígenes fue un escritor prolífico, dado a las especulaciones filosóficas. 

Aunque después de su muerte muchas de sus doctrinas más extremas fueron rechazadas y condenadas por la iglesia, por largo tiempo la inmensa mayoría de los teólogos de habla griega fueron de un modo u otro sus seguidores.

Cipriano era obispo de Cartago (donde antes había vivido Tertuliano) cuando estalló la persecución de Decio (año 249). Cipriano huyó y se escondió, con el propósito de poder continuar dirigiendo la vida de la iglesia desde su escondite. Cuando pasó la persecución algunos le echaron en cara el haber huido. Después murió como mártir en otra persecución (258). 

Por todo esto, la principal cuestión que Cipriano discutió fue la de los «caídos», es decir, quienes habían abandonado la fe en tiempos de persecución y después deseaban volver al seno de la iglesia. Además, en parte por otras razones, tuvo conflictos con el obispo de Roma. En la discusión que surgió de todo esto, Cipriano expuso sus ideas sobre la naturaleza y el gobierno de la iglesia.

Por la misma época también se discutía en Roma la cuestión de la restauración de los caídos. La figura más importante en esa discusión fue Novaciano, quien también escribió sobre la Trinidad.
Por último, es importante señalar que, a pesar de la escasez de documentos, es posible saber algo acerca de la vida y el culto cristiano durante estos primeros años.
Durante todo este período el acto central del culto cristiano era la comunión. Esta era gozosa, pues era una celebración de la resurrección y un anticipo del retorno de Jesús. Por eso, para celebrar la resurrección, era que el culto se celebraba el domingo, día de la resurrección del Señor. 

Además, como anticipo del gran banquete celestial, la comunión era originalmente toda una cena. Después, por diversas razones, se limitó al pan y al vino. Además, pronto surgió la costumbre de celebrar el culto junto a las tumbas de los mártires y otros cristianos fallecidos, en lugares tales como las catacumbas de Roma.

Parece que al principio diversas iglesias tuvieron distintas formas de gobierno, y que los títulos de «presbítero» y «obispo» eran semejantes. Pero ya a fines del siglo II se había establecido el sistema de tres niveles de ministros: diáconos, presbíteros y obispos. Además, había ministerios específicos para las mujeres, especialmente dentro del monaquismo.
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domingo, 27 de septiembre de 2015

Yo les enviaré profetas, sabios y maestros, pero a algunos de ellos ustedes los matarán o los clavarán en una cruz, a otros los golpearán en las sinagogas, y a otros los perseguirán por todas las ciudades

RECUERDA
Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6

    COMO AYER EL CLERO Y ALGUNAS DENOMINACIONES SE UNEN AL PODER POLÍTICO










El cristianismo se hace un imperio
El imperio cristiano


Abarca un periodo Desde el Edicto de Milán (313) hasta la deposición del último emperador romano de Occidente (476).*
Con la «conversión» del emperador Constantino, las cosas cambiaron radicalmente. La iglesia perseguida se volvió la iglesia tolerada, y pronto vino a ser la religión oficial del Imperio Romano. Como consecuencia de ello la iglesia, que hasta entonces estuvo formada principalmente por personas de las clases más pobres de la sociedad, se abrió campo entre la aristocracia.
La «conversión» de Constantino fue un proceso lento, paralelo a la ruta que llevó a Constantino al poder absoluto sobre todo el Imperio. Poco a poco, Constantino fue venciendo a sus rivales y extendiendo su poderío. Aunque apoyaba a los cristianos, no se bautizó sino en el lecho de muerte, y nunca renunció al título de Sumo Sacerdote del paganismo, que como emperador le correspondía.
Aunque al morir Constantino el cristianismo no era todavía la religión oficial del imperio (no lo sería sino hacia fines de ese siglo IV), la política de Constantino y sus sucesores hizo gran impacto en la vida religiosa del Imperio Romano.* La iglesia, antes perseguida, gozó de un prestigio y hasta de un poderío siempre crecientes. En consecuencia, fueron muchos los que se añadieron a ella, especialmente entre la aristocracia que hasta poco antes había visto la fe cristiana como cosa de gente ignorante y despreciada.
La conversión de Constantino también impactó el culto cristiano.* Al fundar la ciudad de Constantinopla, en el sitio donde estaba la antigua Bizancio, la dotó de iglesias. Y lo mismo hicieron en Palestina y otros lugares tanto él como su madre y luego sus sucesores. El resultado fue un culto cada vez más formal en el que se imitaban algunos de los usos de la corte. Y comenzó a aparecer además una arquitectura típicamente cristiana, cuya forma típica es la «basílica».
El cambio no fue fácil, y hubo cristianos que respondieron de muy diversas maneras.
Algunos se mostraron tan agradecidos por la nueva situación, que se les hacía difícil adoptar una actitud crítica ante el gobierno y la sociedad.
Aunque es de suponerse que tal fue la actitud más frecuente entre el común de los cristianos, el principal exponente de esta postura es Eusebio de Cesarea.* Eusebio había vivido a través de las persecuciones, y por tanto la nueva actitud por parte del gobierno le parecía un milagro. Su obra más famosa, la Historia eclesiástica, da la impresión de que desde el principio Dios estaba preparando el camino para esta gran unión entre la iglesia y el Imperio.
Otros huyeron al desierto o a otros lugares apartados y se dedicaron a la vida monástica.*
Aunque los orígenes del monaquismo se remontan a tiempos antes de Constantino, las nuevas condiciones impulsaron a muchos a seguir el ideal monástico. Ahora que ya no era posible el cristianismo heroico de los mártires, muchos optaron por el cristianismo heroico de los ascetas—es decir, quienes se dedicaban a una vida de renunciación y contemplación.
Los lugares favoritos de los primeros monjes eran el desierto de Egipto y otros lugares semejantes. En Egipto vivieron Pablo y Antonio, dos ermitaños a quienes distintos autores antiguos conceden el honor de haber fundado el monaquismo.
Aunque al principio los monjes vivían solos (la palabra «monje» quiere decir «solitario») pronto comenzaron a agruparse para compartir recursos y enseñanzas. Por fin surgió un nuevo tipo de monaquismo. Este nuevo monaquismo se caracterizaba por la vida en comunidades (lo que ahora llamamos «monasterios»), y recibe el nombre de «cenobita». Se dice que su fundador fue Pacomio. Y, aunque haya habido otras comunidades antes de las pacomianas, lo cierto es que Pacomio fue el gran organizador del monaquismo cenobítico en Egipto.
El monaquismo se extendió rápidamente por toda la iglesia, y contó entre sus principales propulsores a personajes tales como Jerónimo y Basilio el Grande.
Algunos sencillamente rompieron con la iglesia mayoritaria, insistiendo en que ellos eran la verdadera iglesia.*
Esto sucedió especialmente en el norte de Africa, en Numidia, Mauritania, y los alrededores de Cartago. La razón teológica que se le dio al cisma fue la restauración de los caídos, y sobre todo el debate sobre si los ministros caídos tenían todavía potestad de celebrar sus funciones ministeriales. Pero en realidad el cisma tenía también raíces raciales y sociales, pues la población de la región estaba socialmente estratificada, y el cisma siguió una estratificación semejante.
Puesto que uno de los principales jefes del grupo cismático se llamaba Donato, a los cismáticos se les dio el nombre de donatistas.
El bando más radical de los donatistas era el de los «circunceliones», que andaban escondidos en las zonas más remotas y hacían uso de las armas para defender su causa. Aunque las autoridades imperiales trataron de suprimirlos mediante las armas, los circunceliones continuaron existiendo por lo menos hasta las conquistas árabes del siglo VII.
Tampoco faltó la reacción de los paganos, que deseaban volver a la vieja religión y su antigua relación con el estado.*
A Constantino le sucedieron sus tres hijos Constantino II, Constancio y Constante. A la muerte del último de ellos, Constancio, le sucedió su primo hermano Juliano, a quien se conoce como «el Apóstata» (aunque en verdad nunca parece haber sido cristiano).
Juliano trató de restaurar la vieja gloria del paganismo. Aunque no persiguió a los cristianos, les quitó todos los privilegios que sus predecesores les habían dado, y se dedicó también a ridiculizar el cristianismo. Al mismo tiempo, trató de reorganizar el paganismo siguiendo el modelo de la iglesia cristiana. Pero su gestión no tuvo gran éxito, y a su muerte sus reformas fueron abandonadas.
Los más destacados líderes del cristianismo adoptaron una postura intermedia: siguieron viviendo en las ciudades y participando de la vida de la sociedad, pero con un espíritu crítico. Fue así que, librada de la constante amenaza de persecución, la iglesia produjo algunos de sus mejores maestros — razón por la cual se puede llamar a este período «la era de los gigantes». Fue una época en que se escribieron grandes tratados teológicos, así como importantes obras de espiritualidad y la primera historia de la iglesia.
Atanasio de Alejandría fue el gran defensor de las decisiones del Concilio de Nicea (ver más abajo).* Por ello chocó con las autoridades imperiales que trataban de deshacer lo hecho en el Concilio de Nicea (año 325), y las vicisitudes políticas de la época le obligaron a repetidos exilios. Posiblemente su mayor contribución estuvo en lograr un entendimiento entre los que sostenían la fórmula de Nicea («homousios», de la misma substancia) y quienes preferían otra fórmula («homoiusios», de semejante substancia) para rechazar el arrianismo que había sido condenado en Nicea.
Esta obra fue continuada por los «grandes capadocios»—título que se les da generalmente a Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo.* La hermana mayor de dos de ellos, Macrina, no siempre ha sido recordada por los historiadores. Pero jugó un papel importante en la vida de sus hermanos y, a través de ellos, del resto de la iglesia. Basilio el Grande, hermano de Macrina, fue obispo de Cesarea. Escribió un importante tratado sobre el Espíritu Santo. Su hermano menor, Gregorio de Nisa, fue sobre todo un místico. El amigo de ambos, Gregorio de Nacianzo, fue un famoso orador. Una de sus obras más importantes es Cinco discursos teológicos acerca de la Trinidad. Trabajando en conjunto, los capadocios continuaron la labor de Atanasio, clarificando la doctrina de la Trinidad hasta que ésta fue proclamada definitivamente por el Concilio de Constantinopla (año 381).
Ambrosio de Milán fue un alto funcionario del Imperio hasta que fue inesperadamente electo como obispo de Milán.* Chocó repetidamente con la emperatriz Justina, quien defendía el arrianismo, y luego con el poderosísimo emperador Teodosio, cuya crueldad reprendió. Su predicación fue instrumento para la conversión de Agustín.
Juan Crisóstomo («boca de oro») fue uno de los más famosos predicadores de todos los tiempos.* Oriundo de Antioquía, llegó a ser Patriarca de Constantinopla, donde atacó las injusticias de los poderosos. Por ello murió en el destierro.
Jerónimo fue un hombre de alta cultura clásica, quien se refugió como monástico en Palestina.* Su principal contribución fue la traducción de la Biblia al latín de la época. Esa traducción, conocida como la Vulgata, fue la Biblia que empleó el Occidente latino durante toda la Edad Media.
Por último, Agustín de Hipona se crió en el norte de Africa.* Su madre, Mónica, hizo todo lo posible porque aceptara el cristianismo. Pero Agustín se hizo maniqueo (doctrina dualista parecida al gnosticismo), y luego neoplatónico. Por fin se convirtió en Milán, donde enseñaba retórica. Regresó al Africa, para vivir como monje, pero poco tiempo después fue hecho obispo de Hipona.
Como obispo, Agustín escribió contra el maniqueísmo, el donatismo y el pelagianismo. Este último era una doctrina que subrayaba la iniciativa humana en la salvación. Frente al donatismo, Agustín desarrolló su doctrina de la iglesia. Y frente al pelagianismo, su doctrina de la gracia y la predestinación. Además, cuando algunos paganos empezaron a decir que Roma había caído en poder de los godos (año 410) por haberse hecho cristiana, Agustín refutó esa posición en su extensa obra La ciudad de Dios. Sus Confesiones, en las que declara cómo Dios le guió hasta hacerle cristiano, han llegado a ser una de las obras más leídas e influyentes.
Cuando Agustín murió, en el año 430, los vándalos tenían sitiada la ciudad de Hipona —señal de que la vieja civilización se derrumbaba, y una nueva era comenzaba a despuntar.
Pero esta época también produjo fuertes controversias teológicas —sobre todo la que giró alrededor del arrianismo y la doctrina trinitaria.*
Ya hemos hecho referencia a controversias alrededor de doctrinas tales como el donatismo y el pelagianismo. Pero ninguna controversia fue tan aguda como la que giró alrededor del arrianismo. Esta comenzó en Alejandría, pero pronto involucró a toda la iglesia.
Arrio era un presbítero de Alejandría que sostenía que el Verbo que se encarnó en Jesús, aunque existía antes que todo el resto de la creación, no era Dios mismo, sino que era la primera de todas las criaturas.
En respuesta a la controversia, Constantino convocó a un concilio de todos los obispos. Este concilio se reunió en Nicea en el año 325, y se le llama también «Primer Concilio Ecuménico». Allí el arrianismo fue condenado, y se promulgó un credo que, con algunas variaciones, es lo que hoy llamamos el «Credo Niceno».
Pero la controversia no terminó. Muchos no quedaron contentos con las decisiones de Nicea, que parecían decir que el Hijo es lo mismo que el Padre. Además, las vicisitudes políticas le añadieron fuego a la controversia.
Fue en esas circunstancias que teólogos tales como Atanasio y los Capadocios trabajaron en busca de fórmulas y explicaciones que sirvieran para refutar el arrianismo.
Por fin, en el Segundo Concilio Ecuménico (Constantinopla, 381), el arrianismo fue definitivamente condenado y se confirmó la doctrina trinitaria. (Pero ya el arrianismo se había extendido a algunos de los vecinos pueblos «bárbaros», y por ello más adelante, cuando estos pueblos invadieran el Imperio, el arrianismo cobraría nuevas fuerzas.)
Terminó este período con las invasiones de los «bárbaros», pueblos germánicos que invadieron el Imperio Romano y se asentaron en sus territorios. En el año 410, los godos tomaron y saquearon la misma Roma. Y en el 476 el último emperador (Rómulo Augústulo) fue depuesto.*
Aunque esto le puso fin al Imperio Romano de Occidente, en el Oriente el imperio continuó existiendo por mil años más. Pero aun en el Occidente, el ideal del imperio cristiano no desapareció. Repetidamente veremos en el curso de esta historia cómo se intentó restaurar el Imperio Romano y —lo que es mucho más importante— cómo la iglesia y el estado continuaron colaborando hasta tiempos muy recientes de un modo semejante a como lo hicieron en tiempos de Constantino y sus sucesores.

* HC 1:125–232

HP 1:253–318 1:305–367 2:11–56

W 112–190
* HC 1:129–144

W 112–114
* HC 1:41–144
* HC 1:145–150
* HC 1:151–162

W 136–138
* HC 1:163–167
* HC 1:179–183
* HC 1:185–192

HP 1:279–288

W 117–125
* HC 1:193–202

HP 1:289–309

W125–127
* HC 1:203–208

W 140–141
* HC 1:209–214

W 141–142
* HC1:215–220

W 173–175
* HC 1:221–229
HPC
2:11–56

W 175–188
* HC 1:169–177

HP 1:253–278

W 114–128
* HC 1:231–232

W 129–133
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