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jueves, 18 de abril de 2019

Te domina la ira?... Aquí tu remedio

PARA RECORDAR ... El que tiene este cargo ha de ser irreprensible debe ser apto para enseñar;no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1Timoteo3:2,6




  Pero Jehová le respondió: «¿Haces bien en enojarte tanto?» Jonás salió de la ciudad y acampó hacia el oriente de ella; allí se hizo una enramada y se sentó a su sombra, para ver qué sucedería en la ciudad. 
Jonás 4.4–5
Musica para descansar Entre los muchos buenos consejos que nos da el libro de Proverbios, encontramos este: «La respuesta suave aplaca la ira, pero la palabra áspera hace subir el furor» (Pr 15.1). El hecho es que la persona airada pocas veces está dispuesta a escuchar razones. Toda palabra le servirá para seguir alimentando su ira. De modo que la persona sabia hablará con mucha cautela cuando se encuentra frente a una persona airada.
Así lo hace Dios con Jonás. La ira del profeta es totalmente desmedida y egoísta, pero el Señor sabe que este no es momento para hacerlo entrar en razones. Deberá correr su curso este estado fuertemente emocional, hasta que se produzca en Jonás mayor apertura para ser tratado. Por esta razón, el Señor solamente le hace una pregunta: «¿Haces bien en enojarte tanto?» No le provee una respuesta, ni una enseñanza sobre cómo manejar las emociones. Tampoco lo reprende. Simplemente deja que esta pregunta produzca en Jonás un proceso de reflexión.
El método tienen rasgos similares al incidente de Elías en el desierto. Cansado y desanimado, el profeta se había refugiado bajo un enebro. También este varón deseaba la muerte. El Señor sabía que Elías necesitaba reponer sus fuerzas y recuperar la perspectiva antes de que pudiera entrar en un diálogo con Dios. Por eso, envió un ángel con instrucciones muy sencillas: «Levántate y come» (1 R 19.5).
Nuestra respuesta con personas airadas puede hacer la diferencia entre la posibilidad de ayudarles o hundirlos más en las ataduras que produce el enojo en nuestras vidas.
Note usted, además, que Jonás no entendió la pregunta que le hizo el Señor. En lugar de reflexionar sobre su comportamiento, que era completamente inapropiado para un siervo de Dios, el profeta siguió viendo las cosas con ojos de ofendido, e interpretó incorrectamente la pregunta que Dios le había hecho. Creía que Dios le estaba diciendo: «¡No te impacientes; ya los voy a destruir!».
Sin embargo, nuestro Dios es un maestro extraordinario, e iba a enseñarle una importante lección al profeta. Cuánta paciencia vemos desplegada en el trato que él tiene hacia Jonás, un hombre que nosotros hubiéramos desechado y dado por perdido. Pero vemos que, aun en asignaturas ministeriales pendientes, el Señor desea trabajar en el corazón de sus obreros para que ellos sean la clase de personas que él desea.
De la misma manera, usted necesita tener mucha paciencia con las personas que está formando. Sea sabio en cuanto a la manera en que los corrige. La corrección dada a destiempo solamente añade dificultades. Pero la palabra suave, hablada en el momento justo, tiene poder para redimir y transformar comportamientos que deshonran a nuestro Señor.


Para pensar:
¿Cómo reacciona frente a la ira de los demás? ¿Su respuesta aumenta los problemas o provee soluciones? ¿Cómo puede incorporar respuestas más sabias frente a reacciones airadas? Recuerde: Nuestra respuesta con personas airadas puede hacer la diferencia entre la posibilidad de ayudarlos o hundirlos más en las ataduras que produce el enojo en nuestras vidas.


miércoles, 15 de febrero de 2012

Ilustración de Sermones: Homilética Avanzada


biblias y miles de comentarios
 
Tipo de Archivo: PDF | Tamaño: 29MBytes | Idioma: Spanish | Categoría: Capacitación Ministerial
Información 
La ilustración2
Entre los materiales para la elaboración de sermones, este es uno de los recursos más importantes y necesarios para hacer de la predicación una comunicación eficaz. Según las estadísticas, el estudiante latinoamericano promedio durante sus años de escolaridad pasa ante las pantallas de cine o televisión quince mil quinientas horas, muchas más de las que pasa en las aulas de clase. El joven estadounidense se devora al año dieciocho mil páginas de historietas (comics). La venta y especialmente el alquiler de videocasetes alcanza proporciones imposibles de cuantificar a nivel mundial. La venta anual de discos sobrepasa la astronómica cifra de los quinientos mil millones anuales en el mundo; número este superado por la venta de audiocasetes.3
Estamos viviendo cada vez más en una sociedad saturada de imágenes y sonidos. Experimentamos el paso acelerado de una civilización verbal a otra visual y auditiva. A esto se agrega lo que las ciencias de la comunicación y la educación han comprobado. Esto es, que captamos conocimientos a través de nuestros cinco sentidos, según los siguientes porcentajes: ochenta y cinco por ciento por lo que vemos, diez por ciento por lo que oímos, dos por ciento por lo que tocamos, uno y medio por ciento por lo que olemos, y uno y medio por ciento por lo que gustamos.
Es por ello que predicar exige un lenguaje pictórico. Las congregaciones están cada vez más habituadas a la imagen mental. El uso del lenguaje abstracto condena la predicación al fracaso. Esto no es un problema meramente comunicativo, sino también teológico. No es solo que nuestros oyentes no entiendan o que les cueste demasiado seguir los argumentos puramente abstractos y por consiguiente se aburran y desconecten de la predicación, sino que nuestro Dios se revela a la humanidad a través no de abstracciones sino de personas y situaciones concretas de la vida diaria. Las grandes afirmaciones de la fe cristiana nos llegan en forma de símbolos tales como la cruz, el bautismo y la santa cena. Nadie puede comunicar adecuadamente las verdades del evangelio sin hacer uso de alguna clase de imágenes que reflejen lo concreto. Somos desafiados, en esta generación alimentada en base a películas, saturada por la radio y bombardeada por ritmos frenéticos, a predicar vívidamente, transformando el oído en ojo, ilustrando, pintando cuadros que fijen gráficamente en la mente las verdades de Dios. Alrededor del setenta y cinco por ciento de las enseñanzas de Jesucristo en el Nuevo Testamento contienen algún tipo de elaboración pictórica. Predicar a través de imágenes, es decir, utilizando ilustraciones, es usar el método con el cual Jesucristo predicó y enseñó las verdades centrales de la fe cristiana.
Las ilustraciones pueden surgir de una sola palabra, una frase breve, una oración gramatical completa, o uno o varios párrafos. La extensión no es lo más importante, aunque la brevedad y precisión son virtudes de toda buena ilustración.
Por otra parte, la experiencia nos enseña que los predicadores que manejan un lenguaje claro, preciso y significativo tienen menos necesidad de recurrir a las formas más tradicionales de ilustración. Su propio lenguaje, lleno de figuras, se constituye en un constante material de apoyo. Para muestra, damos un ejemplo del predicador Cecilio Arrastía, maestro en cuanto al uso del lenguaje figurado: «Jesucristo es la esquina de la historia, donde Dios tiene una cita con el ser humano». Cultivar un lenguaje ilustrativo, pictórico, es hacer de toda la predicación una constante ilustración de nuestros temas.
Son numerosos y variados los tipos de ilustraciones útiles para la predicación que están a nuestro alcance. La mayoría pertenecen a géneros literarios que se encuentran en la Biblia. Luego de considerar las opiniones de diversos homiléticos al respecto, nuestra lista de tipos de ilustraciones, la cual es obviamente incompleta, nos ofrece nueve alternativas que consideramos válidas:
a. El símil lo constituyen palabras o expresiones de carácter pictórico. El símil afirma que una cosa es como la otra y consiste en la comparación directa que se hace entre dos ideas o realidades, por la relación de semejanza o similitud, que hay entre ellas en uno o varios de sus aspectos. Encontramos muchos ejemplos en el Antiguo y Nuevo Testamentos. Jesucristo utilizó constantemente el símil. Un buen ejemplo es: «¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mt 23:37).
b. La metáfora, que es la figura literaria por excelencia en la lengua española, consiste en palabras o expresiones que dicen que una realidad es la otra. Es decir, se traslada el sentido de una persona o cosa a otra en virtud de la relación de semejanza estrecha que hay entre ellas. Como en el caso de los símiles, las metáforas son numerosas en la Biblia y constituyen uno de los recursos retórico-literarios más utilizados para ilustrar en la enseñanza y predicación de Jesucristo. Para muestra, solo un par de ejemplos: «Yo soy el buen pastor, el buen pastor su vida da por las ovejas» (Jn 10:11); «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5:14a). Es impresionante e iluminador el hecho de que en el sermón del monte podemos encontrar cincuenta y seis metáforas.
c. La analogía funciona, en la ilustración, sobre el principio de que realidades o situaciones que se asemejan en ciertos aspectos, lo harán también en otros. Esto no debe confundirse con la comparación. En la analogía solo hay similitud entre dos o más atributos, circunstancias, o efectos. El parecido es en forma proporcional. Por ejemplo, los filósofos antiguos, preocupados por el sentido total de la vida humana, al observar que la mariposa, viva y bella, emergía de una crisálida aparentemente muerta y poco atractiva, decidieron por analogía que el alma viviente del ser humano emergería en forma similar de su cuerpo muerto. Es decir, su observación de ciertas leyes naturales los llevó, a través del paralelismo analógico, a formular argumentos antropológicos. Por ejemplo, según Jesucristo, el acto de evangelizar es análogo al de pescar, y para Pablo, el evangelio es análogo a la dinamita. Con James Crane concordamos en que uno de los mejores, sino el mejor ejemplo del uso de la analogía en Jesucristo es: «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Jn 3:14–15).
d. La parábola es, etimológicamente, la combinación de dos vocablos griegos: para, la preposición que significa «al lado de, junto a»; y ballein, el verbo «echar o arrojar». Juntos significan aquello que se coloca al lado de otra cosa, para demostrar la semejanza entre las dos. En resumen, parábola significa semejanza. La parábola es semejante al símil, pero sus detalles se han ampliado como narración. En un sentido, la parábola es la extensión del símil. Es una historia concreta y fácilmente comprensible de lo cotidiano —real o imaginario— a fin de ilustrar una verdad que, quien la usa, quiere hacer clara y central en sus oyentes. La parábola se compone normalmente de tres partes: la ocasión, la narración y la aplicación o lección espiritual. La parábola enseña siempre una sola verdad central, exactamente como todo otro tipo de buena ilustración en el sermón. Cuando la verdad del sermón se ilustra objetivamente a través de una historia en apariencia inocente, y se ejemplifica en la vida de alguien o algunos, su moraleja puede obrar positivamente sobre los oyentes. La parábola bien construida no necesita explicar ni moralizar, puesto que estas funciones deben estar implícitas en la sí misma. Jesucristo no solo utilizó parábolas constantemente, inspiradas en la naturaleza y en la vida social, política y doméstica, sino que también perfeccionó este género retórico-literario. Sus parábolas son ejemplos notables de ilustración, por su fuerza, equilibrio estructural y economía del lenguaje. La preparación de parábolas como material de ilustración para nuestros sermones, es una tarea difícil, pero su uso, en los casos no muy numerosos en que se hace posible, vigorizará el carácter pictórico y docente de la predicación.
e. El suceso histórico es la imagen forjada en palabras sobre características de algún personaje o situación de la historia, preferiblemente de nuestros pueblos, que ofrezca ejemplos sobre aspectos de nuestros temas, aun en relación con manifestaciones de la providencia de Dios a través del devenir humano. Esto último obliga a la prudencia y cautela extremas en el uso de este tipo de ilustraciones. Además, somos llamados a buscar tales recursos en nuestra propia historia, pletórica de material ilustrativo. Los libros de ilustraciones, por ser hasta el presente en su mayoría traducciones del inglés, aunque proveen gran número de referencias a hechos históricos, estos son muchas veces desconocidos y encima, completamente ajenos a los intereses de nuestras congregaciones. Lo mismo se aplica a las anécdotas ilustrativas, que a continuación comentaremos.
f. La anécdota es el relato breve de un hecho curioso, poco conocido y modelador, ya sea sobre personajes y situaciones reales o imaginarias. Su valor descansa no tanto en su interés histórico o biográfico como en sus características narrativas, basadas más en lo inusual que en lo moral. Es lo fuera de lo común lo que, por vía de ejemplo, ofrece la lección espiritual. Este recurso muy usado en nuestros púlpitos, requiere selección y formulación cuidadosas. Uno de los peligros de la anécdota es su degeneración en fábula. Esta, en su significado negativo, es la narración falsa, mentirosa, de pura invención, carente de todo fundamento. Es la ficción artificiosa con que se encubre o disimula una verdad. Aparece en casi toda la literatura de género mitológico. El uso más positivo de la fábula es como composición literaria, generalmente en verso, en que por medio de una ficción alegórica y la representación de personas humanas y de personificaciones de seres irracionales, inanimados o abstractos, se da una enseñanza útil o moral. Entre las colecciones más conocidas por nuestra gente están las fábulas de Esopo, Samaniego y Hans Christian Andersen. El púlpito, opinamos, no es lugar para la fábula. Las anécdotas, ya sean reales o imaginarias, pero válidas por su relación directa y ejemplificadora con las verdades del evangelio y las necesidades humanas, tienen un lugar valioso en la predicación.
g. La poesía es un género literario muy utilizado, con propósito ilustrativo, en la predicación. La buena poesía no solo contiene los pensamientos más sublimes que puede concebir la mente sino que además penetra y expresa las complejas profundidades de la naturaleza humana. Tanto los clásicos de todos los tiempos, como la poesía contemporánea, en sus expresiones cristianas como en el amplio mundo de lo llamado secular, ofrecen en nuestra lengua cervantina una fuente inagotable de material ilustrativo. Aunque en general a nuestras congregaciones les agrada el uso de la poesía desde el púlpito, debemos ser muy cuidadosos. Una cosa es la poesía como medio de ilustración; otra es su uso como flor, adorno, para hacer «más bonito» el sermón. Por ello, a veces será sabio usar solo una estrofa o algunas líneas del poema que ilustren el aspecto del tema en cuestión. Con lo dicho no desestimamos la belleza que el género poético agrega a la predicación; solo apuntamos que la ética antes que la estética debe dominar nuestro mensaje.
h. El episodio o incidente biográfico es uno de los tipos de ilustración sermonaria de mayor uso y valor. Y esto con razón, pues, como bien apunta James D. Robertson: «No hay aspecto de la vida que no tenga paralelo en alguna biografía. Es aquí donde podemos encontrar un ejemplo concreto para cada verdad bíblica que tiene que ver con el ser humano».4 Un tipo especial, dentro de este género, es la autobiografía o experiencia personal de quien predica. El caso del apóstol Pablo, quien reiteradamente usa sus propias experiencias para ilustrar la verdad, defender su ministerio y ensalzar la gloria de Dios, es constantemente emulado en nuestros púlpitos. Los «testimonios personales» son elementos comunes a nuestra predicación. El peligro está cuando, quien testifica, se transforma inconsciente o conscientemente en el héroe de la historia. Ahí es cuando la experiencia personal, que pretendía ilustrar una verdad, pierde su funcionalidad dentro del sermón, pues desvía la atención de la congregación del Personaje único, en última instancia, de todo sermón: Jesucristo, y la centra en quien predica. Las experiencias personales como ilustraciones de nuestros sermones deben ser pocas, breves, sencillas y dirigidas con claridad a destacar explícitamente la gloria de Dios.
i. Los medios visuales constituyen un recurso ilustrativo que es muy poco explotado en la predicación. Si prestamos seria atención a lo ya dicho al comenzar estos comentarios sobre la ilustración, esto es, que el ochenta y cinco por ciento del conocimiento que captamos es a través de lo que vemos, entonces comprenderemos el tremendo valor de usar todo tipo de objetos visibles como ilustraciones de lo que predicamos. Las posibilidades son múltiples, y es ahí donde nuestra creatividad al respecto será probada. Desde una simple moneda, hasta la proyección luminosa de una o varias imágenes mientras predicamos, pasando por todo aquello que pueda ser útil para ilustrar las enseñanzas del sermón, debemos aprovecharlo todo como material visual ilustrativo.
Hay homiléticos que incluyen, como un tipo válido de ilustración, la alegoría. Aquí deseamos enfatizar que, así como cuestionamos anteriormente la interpretación alegórica del texto del sermón, por los errores a los que conduce, lo mismo hacemos con el uso de alegorías como ilustraciones. Hacemos nuestras las palabras de Cecilio Arrastía: «Le tememos a la predicación alegórica tanto como al diablo, porque equivale justamente a la desencarnación del evangelio».5
Los propósitos de las buenas ilustraciones son, entre otros: 1) Atraer y mantener la atención, 2) clarificar las ideas, 3) apoyar la argumentación, 4) dar energía al argumento, 5) hacer más vívida la verdad, 6) persuadir la voluntad, 7) causar impresiones positivas, 8) adornar verdades majestuosas, 9) proveer descanso frente a la argumentación abstracta, 10) ayudar a retener lo expuesto, 11) reiterar o dar variedad a la repetición de un concepto, 12) aplicar indirectamente la verdad, 13) hacer práctico el sermón.
Sobre este último propósito, el de hacer práctico el sermón, es decir, que sus verdades tengan relación directa y vital con la vida, más aun, con las necesidades humanas, Lester Mathewson afirma que las ilustraciones se aplican a los principios de la vida en la siguiente forma:
1)     La ilustración ejemplifica algún principio.
2)     La ilustración ayuda a ver ese principio en acción.
3)     La ilustración ayuda a realizar la aplicación del principio.
4)     La ilustración ayuda a demostrar la necesidad y la ventaja de ese principio.
5)     La ilustración ayuda a demostrar la frecuencia del principio.
6)     La ilustración ayuda a demostrar que puede haber resultados peligrosos si no se pone en práctica el principio que ella ilustra.6
Los predicadores podemos tener diversos propósitos al usar una ilustración, y esta puede satisfacerlos todos. La clave reside en la cuidadosa selección y elaboración de buenas ilustraciones. Escojamos y preparemos, entonces, ilustraciones comprensibles, apropiadas, interesantes, gráficas, breves y dignas de crédito. Huyamos de las muy trilladas, ya conocidas de todos. Jamás preparemos un sermón en torno a una ilustración. Las ilustraciones que necesitamos explicar, no sirven. Eliminemos toda inexactitud e imprecisión en nuestras ilustraciones. Seamos cuidadosos en el número de ilustraciones en cada sermón; usar la cantidad de ilustraciones apropiadas por cada división principal del bosquejo es un buen criterio.

2 Sobre este tema reconocemos las influencias recibidas a través de la lectura de James D. Robertson, Ilustraciones para sermones y el uso de fuentes de consulta, Rodolfo G. Turnbull (ed. gen.), Diccionario de la Teología práctica: Homilética, op. cit., pp. 27-37, y F.D. Whitesell y L.M. Perry, op.cit., pp. 67-76.
3 Estadísticas presentadas en la mesa redonda «Nuestras interrelaciones educativas», en el Seminario de Medios de Comunicación Social auspiciado por la UNESCO en Ciudad México, del 4 al 9 de diciembre de 1986.
4 James D. Robertson, op.cit., p. 30.
5 Cecilio Arrastía, Jesucristo, Señor del pánico, Casa Unida de Publicaciones, México, 1964, p. 8.
6 Citado en F.D. Whitesell y L.M. Perry, op.cit., pp. 72-73.
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